susurros polifónicos de Samantha Leyva
el espectador hace al cuadro
M. Duchamp
I
1 TEMBLOR DE TIERRA
Te
encuentras en “El Mogote”. Estás frente a uno de los sitios arqueológicos emblemáticos
de la cultura oaxaqueña y mesoamericana. Un recorrido visual a la zona da la
noción, inequívoca, de que estás ubicado en un lugar más o menos similar a
otros de Mesoamérica, es decir, ante montículos hechos con piedra, escalinatas,
amplios patios, algunos de ellos conocidos como juego de pelota, posiblemente relacionados
con el glifo Ollin
(movimiento/temblor), encontrado en una estela. A la vez percibes un aspecto
general de degradación por el notorio abandono o, paradójicamente, debido a las
inconscientes incursiones y a los asentamientos humanos dentro del perímetro
arqueológico sin mínimas consideraciones al otrora espacio sagrado.
Aunque, en lo general, el sitio de
San José el Mogote te puede resultar familiar, hoy notas unos hilos que, por un
lado detienen tus pasos, por el otro amplían, enriquecen o inquietan tu perspectiva e inducen tus intenciones de
tránsito por lugares específicos, al igual que guían las visuales hacia puntos de
fuga que acentúan o "indican" ciertas áreas.
Como
los hilos de las telarañas que conducen la vista al centro/perímetro de la red
y hacen que te detengas, los hilos y espejos que hoy tienes frente, o aún lado
de ti, poseen la doble intencionalidad de señalar ( indicar, mostrar), y
detener, principalmente cuestionar tu tránsito.
Hoy, bajo el supuesto de que el
observador genera la experiencia, cuando observas y recorres el entramado de
líneas te conviertes en una extensión o
elemento de la intervención que Samantha
Leiva nos propone. La experiencia ante las líneas te convierte en heraldo de intenciones
que subyacen a las cuerdas y espejos empleados por Leyva, cuya acción trasciende
el hecho artístico posicionando su obra en
el espacio de lo cosmogónico/místico (filosófico, si lo prefieres) y, en
consecuencia, en el plano de la crítica
histórico-cultural (sociológica).
Samanta Leiva sabe que un lugar en
construcción (“Santuario”, Berlín-2014), una casa en ruinas (“Casa del aire”,
España 2013), un embarcadero en New Jersey (“Muelle América”, 2013), los terrenos baldíos (“Desfiladero”, Puerto
Escondido, Oax. 2012), no son espacios muertos o en degradación natural, sino que están llenos de Historia, tradición
y espiritualidad, pero siendo olvidados, sobreexplotados, principalmente
amenazados por desplazamientos y necesidades humanas que, a poco de analizarlas, obedecen más a la
moda del consumismo global que a la más justificable necesidad humana de la vivencia/supervivencia.
La
efectividad de Samantha Leiva está en la
fuerza/economía de sus materiales, en el
aprovechamiento del capital sígnico o simbolismo que ellos emanan, y en la capacidad que la creativa tiene para condensar lo que de
su interior, o nivel espiritual, brota al hacer su tendido de cuerdas.
No
hay que sobreentender lo que hoy acontece en “El Mogote”. Partamos del uso primario que tiene una
cuerda. Ésta “siempre” se hila con el fin de atar algo, en el caso se Samantha
atar lo histórico e “imperecedero”, pero olvidado y degradado (representado por
el sitio del Mogote), con el consumista/místico/espiritual imaginario que cada
uno tiene de las mal llamadas ruinas arqueológicas (“Visite Monte Albán”, “visite
Mitla”, dice el slogan).
Las
cuerdas dispuestas a manera de línea funcionan como guías que conducen el pensamiento/mirada
(senso-percepción) a distintos puntos del terreno/espacio o hacia alguno de los
espejos. De pronto caemos en cuenta, a través de los espejos, que somos
nosotros quienes estamos ahí en medio de ese desastre, aunque bello escenario
arqueológico, y que de nosotros depende el futuro de “El Mogote”, un lugar fundacional.
2
1 MOVIMIENTO
Muchas esculturas construidas con hilos necesitan de
procesos matemáticos para su elaboración, dinámica más fría y alejada del
trabajo que realiza Samantha Leyva en sus intervenciones realizadas con este
elemento tan primario como cotidiano. 1 TEMBLOR DE TIERRA no es el resultado de
largos procesos llenos de cálculos matemáticos, sí de innumerables ejercicios
previos, procesos introspectivos y pulsionales emanados de la espiritualidad (conciencia/sensibilidad)
de la creadora, que resultan, diría Ítalo Calvino, , “telarañas de relaciones intrincadas que buscan
una forma”, signan y señalan otras.
La
intervención al sitio de “El Mogote que
propone Samantha Leiva parte de la intuición o evocación que la zona
arqueológica le genera y que, a decir de los pobladores, se encuentra, precisamente, sumergida en
series de “relaciones intrincadas” que ajan el principio creador del sitio, poniéndolo en un estado de tensión amenazando su permanencia.
Sean
las tensiones de tipo político, histórico, natural, económico, social, finalmente
impiden la conservación de “El Mogote”. Leiva quiere incidir en esa
ominosa y corrosiva realidad a partir de su acción (proponiendo nuevas
sensaciones e interpretaciones a un espacio conocido, por ejemplo), ya que su
acto también es un llamado o grito polifónico tácito (“el sonido del silencio
cotidiano”), que si bien en principio se ofrece como retiniano, en realidad se
perfila hacia la conciencia del visitante,
en tanto la multidireccionalidad de la resonancia que generan los hilos no va dirigida al oído del espectador.
Esas líneas rectas y quebradas, aparentemente
mudas, en realidad ofrecen un sonido que nunca se podrá apagar (Kandinsky).
Cargadas de un gran contenido simbólico, las líneas quebradas de Samantha, a la
vez intentan generar temblores,
“movimientos” (el glifo Ollin en una
estela del sitio, según se vea significa: movimiento, temblor, terremoto.), en
la conciencia de los espectadores esperando que éstos puedan llevar –mover- sus
impresiones a alguien más.
El
sonido o murmullo que emana del tendido de líneas y espejos se puede presentar
como inexpugnable o rebosante de hermetismo, mas guiémonos por esta máxima: “lo
menos accesible, acaso sea lo más cargado de sentido” (G. Bataille), recordemos
uno de los primeros significados de las líneas cuyo principio es relacional. Al
estar dispuestas de manera “primaria”, primitiva, se deduce que la disposición
de las líneas obedece a intenciones instintivas (sensuales) de la creativa y no
tanto a su “gusto” o teoría estética alguna. (O. Paz)
Que sean hilos y espejos, elementos tan
cotidianos como las piedras, nos permite adentrarnos en la acción a-rtística de Samantha de una manera más
amigable aunque no menos cuestionante -¿qué implica ver nuestro reflejo, ahí
donde se concentran los hilos textuales?-. En todo caso el color blanco de los
hilos sugiere calidez, es decir hermandad con el entorno de “El Mogote”, que
aún tiene mucho por transmitirnos.
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